- ¿Darle gracias a Dios? -repito con voz ronca; alzo la cabeza y clavo la mirada en los profundos ojos verdes de Jeiazel-. ¿Tú crees que Dios me escucharía?
[...]
- No lo sé -dice con sinceridad-. Pero lo que sí tengo claro es que, si no das las gracias, nunca habrá nadie al otro lado para recibirlas.
(Dos velas para el diablo, Laura Gallego)
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